11.7.10

Toma mi mano, que tengo miedo del futuro.

Y más vieja, y más cansada, vuelvo a mi asiento. Aburrida vigilo las caras de los viajeros…

Porque entonces, una vez más, me veo a recurrir a la confesión cibernética. Golpeando impersonalmente cada tecla, de forma ansiosa. Casi como si mis dedos congelados requirieran del contacto para seguir moviéndose, chupando la vitalidad de otra cosa para asemejar su comportamiento a una sucesión de espasmos claramente estudiados y premeditados, en una danza estertórea inacabable, suave y tosca a la vez.
Duermes, y un hombre escribe versos frente a una computadora.
Temblando en la pantalla.. Nadie sabe que duermes. No consta en los diarios.
Qué lástima la gente que nunca besará la paz sobre tus párpados.

Emponchada en dos frazadas, despeinada y sepultada bajo mi propio imperio de carilinas, a la una y media de la mañana, no tengo más opción que extrañar tus abrazos de forma obsesiva. Necesitando tan solo percibir tu respiración esquiva e implorando por un espectro que me ilusione y me haga creer por un segundo, que acabás de pasar del living al comedor.
Fanática, fanatiquísima, parezco hablando. Pero cierto es que no puedo pensar en nada más (no solo ahora, sino que durante cada día) y me pesan las pestañas, lavadas y re lavadas.
Y yo solo quiero poder victimizarte y ser culpable de todos los crímenes a los cuales me impulsa tu imagen. “Alto ahí! Los labios o la muerte!.

Si te amo, y qué?
Y ahora es cuando me hierve la sangre por no dormir con vos esta noche.

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